"BOM BOM" CORONADO: Las mujeres disputaron el honor de llevar su humilde féretro
*El agradecimiento a nuestro gran amigo Marcos Vistalli por hacernos llegar este emotivo artículo publicado en "La Voz de Tandil", a raíz de la muerte del que en vida fue el legendario púgil chinchano José "Bom Bom" Coronado y el cual a continuación reproducimos:
Las mujeres disputaron el honor de llevar su humilde féretro
Por Eduardo Baliari
Esa mañana a las diez y cuarto, en la cama 14 de la Sala de San Vicente en aquel hospital de Lima, se daba la noticia que parecía aliviar a todos: su ocupante, un hombre joven, de color -31 años- fallecía en medio de los dolores más agudos. Hacía once días que había sido internado con profundos malestares en el hígado y los riñones y tenía además vacilante el corazón. Once días postrado, sufriendo, gritando por las noches, perseguido por las punzadas cancerberas de los dolores.
Había sido llevado al hospital de la miseria, precisamente por eso: por la falta total de recursos. Tanto que el modesto cajón que después pudo conseguirse apenas si pudo forrarse con papeles de diarios.
Pero cuando la noticia de su muerte cundió por Lima, cuando se supo quién era, aquel final de silencioso olvido y miseria se transformó en un entierro apoteósico. Lo hicieron especialmente las mujeres, porque cuando se inició la marcha hacia el cementerio, todas querían llevar el féretro simultáneamente, disputándoselo con furia, en un emocionante desorden.
Un gran pedazo de su gloria –las mujeres- cubrían el camino de la partida final de aquel muchacho que en vida se había llamado José Coronado.
Había nacido en Chincha. A los catorce años, viendo como en el Club Atlántico Perú, en Manco Cápac, accionaban aquellos muchachos de su edad, pero con torpeza, le pareció que él podía hacerlo con mucha más facilidad y mejor. Efectivamente, no bien le permitieron calzar unos guantes y comenzó a saltar en el ring para evitar los golpes del improvisado rival, a aplicar los suyos, comprendió que ese espacio cercado por las cuerdas era un mundo en el cual tenía que desenvolverse con un poder de inteligencia de que aquellos carecían, que no sabían intuir. En ese momento, nacía el pugilista.
Tarda poco en aprender lo que se ha dado en llamar “los secretos del ring”. Es para él algo así como una manera de expresarse. Descubre a tiempo en su vida que parado frente a un rival que hay que dominar, vencer, demoler, impedir que nos pegue, es la forma de poder expresar todo eso que lleva dentro suyo y no sabe cómo explicar. Lo dice, sí, con toda claridad con los guantes cuando persigue al rival; cuando a los pocos instantes de iniciado el combate ya conoce a fondo su psicología, lo que puede alcanzar, el error que es capaz de cometer ese hombre que espera sus golpes, frente suyo. Ese es para él el mejor secreto del ring. No se puede enseñar, no se puede aprender. Se descubre o no dentro de cada hombre que se decide a calzar los guantes.
Ese mismo año –estamos en 1935- ya hace su debut como internacional. Efectivamente, lo mandan a Chile como representante de su categoría a un campeonato latinoamericano. Derrota a todos sus rivales. Y terminado el torneo, lo llevan como espectáculo con un equipo que va a cumplir un plan de peleas en el sur. Al año siguiente hay que enviar una representación a las Olimpíadas que se van a desarrollar en Berlín. Interviene por error de los dirigentes en la selección, porque a nadie se le ocurre pensar que todavía es menor de edad para las representaciones de esos torneos. Por ello no podrá finalmente representar a su país, a pesar de que llega invicto a las finales de la selección.
*******
Dos veces campeón sudamericano de peso pluma es un galardón no muy común. Pero sigamos cronológicamente su camino. Ya en 1938, al clasificarse campeón invicto en el XII campeonato latinoamericano, parece que no le queda otro camino que el obligado en esas circunstancias: convertirse en profesional. Tiene entonces 17 años. Y como Perú, y especialmente Lima, le queda chico para su campo de probables rivales, inicia un itinerario por diversos países sudamericanos.
Llega a Buenos Aires y aquí deja un recuerdo imborrable. Pocos pugilistas fueron elogiados como él. Va a realizar una campaña de 46 peleas, 36 de las cuales gana, empatando 6 y perdiendo solamente 4.
Aquí, entre nosotros, vive también una etapa sentimental: se casa. Llega un hijo. Acaso ello sea un freno a la otra vida que quería atraparlo con tantas facilidades de dinero y fama como se lo estaba mimando. También mujeres, por supuesto, que nunca faltan en estas etapas de la vida de los pugilistas. Elba Sotelo, su compañera, era la mujer ideal para ello, porque constituía una verdadera guía tutelar.
Pero al cabo de un tiempo, después de casi cincuenta peleas, comienzan a insinuarse algunos malestares, y sobre todo la tendencia –acaso fruto de ese estado físico- al abandono y al desvío cuando se presenta algún período de obligado descanso.
Así, amargado, regresa a Lima para ver si puede encontrar el nuevo campo que comienza a faltarle en Buenos Aires. Alguien lo tienta con el Norte. Peor todavía. Regresa a Lima y se ve obligado a abandonar definitivamente el ring. Es el momento del balance. No tiene nada. Y entonces se refugia en el barrio de La Victoria.
Pronto comienzan esos agudos dolores que eran la consecuencia de tantos combates en tan pocos años, pero quizá más aún por la vida que había dilapidado. Corazón, riñones, hígado. Trilogía que, con el cerebro, son los puntos neurálgicos del fracaso del organismo de un boxeador. Ninguna conjunción más dolorosa. La miseria lo rodea. El olvido también, peor aún. Hasta que llegado el día indicado, hay que llevarlo a un hospital. Los días de sufrimiento atroz hicieron que, piadosamente, ante su inevitable final, más de uno deseara que la muerte llegara, por esa vez, anticipadamente…
Su historia acusaba 250 combates, 70 como profesional. Su vida –apenas 31 años- sirvió para que las mujeres se disputaran el honor de llevar su féretro. Un féretro trágicamente humilde, que entregaban las puertas de un hospital, marco ingrato para una gloria del pugilismo que no muchos pueden igualar…
Por Eduardo Baliari
Esa mañana a las diez y cuarto, en la cama 14 de la Sala de San Vicente en aquel hospital de Lima, se daba la noticia que parecía aliviar a todos: su ocupante, un hombre joven, de color -31 años- fallecía en medio de los dolores más agudos. Hacía once días que había sido internado con profundos malestares en el hígado y los riñones y tenía además vacilante el corazón. Once días postrado, sufriendo, gritando por las noches, perseguido por las punzadas cancerberas de los dolores.
Había sido llevado al hospital de la miseria, precisamente por eso: por la falta total de recursos. Tanto que el modesto cajón que después pudo conseguirse apenas si pudo forrarse con papeles de diarios.
Pero cuando la noticia de su muerte cundió por Lima, cuando se supo quién era, aquel final de silencioso olvido y miseria se transformó en un entierro apoteósico. Lo hicieron especialmente las mujeres, porque cuando se inició la marcha hacia el cementerio, todas querían llevar el féretro simultáneamente, disputándoselo con furia, en un emocionante desorden.
Un gran pedazo de su gloria –las mujeres- cubrían el camino de la partida final de aquel muchacho que en vida se había llamado José Coronado.
Había nacido en Chincha. A los catorce años, viendo como en el Club Atlántico Perú, en Manco Cápac, accionaban aquellos muchachos de su edad, pero con torpeza, le pareció que él podía hacerlo con mucha más facilidad y mejor. Efectivamente, no bien le permitieron calzar unos guantes y comenzó a saltar en el ring para evitar los golpes del improvisado rival, a aplicar los suyos, comprendió que ese espacio cercado por las cuerdas era un mundo en el cual tenía que desenvolverse con un poder de inteligencia de que aquellos carecían, que no sabían intuir. En ese momento, nacía el pugilista.
Tarda poco en aprender lo que se ha dado en llamar “los secretos del ring”. Es para él algo así como una manera de expresarse. Descubre a tiempo en su vida que parado frente a un rival que hay que dominar, vencer, demoler, impedir que nos pegue, es la forma de poder expresar todo eso que lleva dentro suyo y no sabe cómo explicar. Lo dice, sí, con toda claridad con los guantes cuando persigue al rival; cuando a los pocos instantes de iniciado el combate ya conoce a fondo su psicología, lo que puede alcanzar, el error que es capaz de cometer ese hombre que espera sus golpes, frente suyo. Ese es para él el mejor secreto del ring. No se puede enseñar, no se puede aprender. Se descubre o no dentro de cada hombre que se decide a calzar los guantes.
Ese mismo año –estamos en 1935- ya hace su debut como internacional. Efectivamente, lo mandan a Chile como representante de su categoría a un campeonato latinoamericano. Derrota a todos sus rivales. Y terminado el torneo, lo llevan como espectáculo con un equipo que va a cumplir un plan de peleas en el sur. Al año siguiente hay que enviar una representación a las Olimpíadas que se van a desarrollar en Berlín. Interviene por error de los dirigentes en la selección, porque a nadie se le ocurre pensar que todavía es menor de edad para las representaciones de esos torneos. Por ello no podrá finalmente representar a su país, a pesar de que llega invicto a las finales de la selección.
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Dos veces campeón sudamericano de peso pluma es un galardón no muy común. Pero sigamos cronológicamente su camino. Ya en 1938, al clasificarse campeón invicto en el XII campeonato latinoamericano, parece que no le queda otro camino que el obligado en esas circunstancias: convertirse en profesional. Tiene entonces 17 años. Y como Perú, y especialmente Lima, le queda chico para su campo de probables rivales, inicia un itinerario por diversos países sudamericanos.
Llega a Buenos Aires y aquí deja un recuerdo imborrable. Pocos pugilistas fueron elogiados como él. Va a realizar una campaña de 46 peleas, 36 de las cuales gana, empatando 6 y perdiendo solamente 4.
Aquí, entre nosotros, vive también una etapa sentimental: se casa. Llega un hijo. Acaso ello sea un freno a la otra vida que quería atraparlo con tantas facilidades de dinero y fama como se lo estaba mimando. También mujeres, por supuesto, que nunca faltan en estas etapas de la vida de los pugilistas. Elba Sotelo, su compañera, era la mujer ideal para ello, porque constituía una verdadera guía tutelar.
Pero al cabo de un tiempo, después de casi cincuenta peleas, comienzan a insinuarse algunos malestares, y sobre todo la tendencia –acaso fruto de ese estado físico- al abandono y al desvío cuando se presenta algún período de obligado descanso.
Así, amargado, regresa a Lima para ver si puede encontrar el nuevo campo que comienza a faltarle en Buenos Aires. Alguien lo tienta con el Norte. Peor todavía. Regresa a Lima y se ve obligado a abandonar definitivamente el ring. Es el momento del balance. No tiene nada. Y entonces se refugia en el barrio de La Victoria.
Pronto comienzan esos agudos dolores que eran la consecuencia de tantos combates en tan pocos años, pero quizá más aún por la vida que había dilapidado. Corazón, riñones, hígado. Trilogía que, con el cerebro, son los puntos neurálgicos del fracaso del organismo de un boxeador. Ninguna conjunción más dolorosa. La miseria lo rodea. El olvido también, peor aún. Hasta que llegado el día indicado, hay que llevarlo a un hospital. Los días de sufrimiento atroz hicieron que, piadosamente, ante su inevitable final, más de uno deseara que la muerte llegara, por esa vez, anticipadamente…
Su historia acusaba 250 combates, 70 como profesional. Su vida –apenas 31 años- sirvió para que las mujeres se disputaran el honor de llevar su féretro. Un féretro trágicamente humilde, que entregaban las puertas de un hospital, marco ingrato para una gloria del pugilismo que no muchos pueden igualar…
Labels: Bom Bom Coronado boxeo Chincha
1 Comments:
No sé no estoy seguro en esas épocas pero Bom Bom Coronado la fama y las mujeres o algún vicio acabaron temprano con este famoso del ring.
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