Wednesday, January 09, 2008

Naufragio en Tsu

El Perú en 1983 despertaba –entre otras cosas– a la brutal realidad del terrorismo. El presidente Belaúnde había enviado a los sinchis a Ayacucho en Diciembre del 82 y las primeras planas de los diarios mostraban las últimas fotografías de los periodistas masacrados en el remoto Uchuraccay. Con el verano había llegado el Fenómeno del Niño y algunos juraban haber escuchado truenos detrás de los cerros de La Molina y Surco, una noche de inusual lluvia en la capital.

Para los más jóvenes estos acontecimientos servían sólo como escenografía de lo que realmente nos concernía: La canción Maniac de Michael Sembello, del soundtrack de la película “Flashdance” se había consagrado como la “Más Más” de Radio Panamericana, dejando atrás a himnos pop de los ochenta como Modern Love de David Bowie, Beat it de Michael Jackson o Hungry like a Wolf de Duran Duran, entre otros. En la hasta entonces desconocida frecuencia televisiva de UHF, el Canal 27 empezaba a transmitir su furtiva programación de películas “B” americanas con subtítulos, entre las que destacaba “H.O.T.S.” (“Pantaloncitos calientes”) con Susan Kiger y un voluptuoso elenco de rubias de generosa anatomía que hacían el deleite de nuestra curiosidad púber. En el plano local, la “U” había quebrado la racha de cuatro años sin triunfos frente al Alianza ganándole por 2 a 1 una noche de febrero en el Estadio Nacional, cortesía de un penal de Germán Leguía y un zapatazo del “Trucha” Rojas.

Todo aquel que creció en esa década podrá recordar con poca dificultad esos hechos. Lo que tal vez muchos hayan olvidado es que también en 1983, tres peruanos tuvieron la oportunidad –por primera y última vez– de pelear por un título mundial de boxeo. Luis Ibáñez en Japón, Orlando Romero “Romerito” en el legendario Madison Square Garden de Nueva York y Oscar Rivadeneyra en Vancouver, Canadá, subieron al cuadrilátero a cantar el “Somos libres” y a buscarse un lugar entre los nombres laureados que adornan el Estadio Nacional de Lima.

De esos tres boxeadores, al que menos se le recuerda es a Luis Ibañez. Y es que nadie había oído hablar de él hasta antes de la semana previa a su pelea por el título mundial supermosca de la Asociación Mundial de Boxeo. Nacido en Lima, había emigrado al exterior a muy temprana edad y establecido un nombre como peleador profesional viviendo en San José, Costa Rica. En su récord de 33 victorias y una derrota figuraba una ilustre nómina de auténticos desconocidos, tal vez boxeadores a tiempo parcial de Alajuela y alrededores, y gracias al cual había podido escalar en el ranking mundial hasta colocarse como retador de la corona supermosca. En el Perú no se le conocía ni por fotografías, pero Ibañez todavía conservaba la nacionalidad peruana (a diferencia del tenista cholo Alex Olmedo, quien tuvo la malhadada idea de adoptar la ciudadanía estadounidense antes de ganar Wimbledon) y eso fue motivo más que suficiente para que la página deportiva de El Comercio le dedicara una amplia cobertura al evento. Otros que no se quedaron atrás fueron la revista Ovación de Pocho Rospigliosi y su programa dominical Gigante Deportivo, donde, fiel a su estilo, un anunciado “Especial de Ibañez” resultó siendo una larga conversación sobre Mauro Mina y Cassius Clay entre Pocho, el venerable Koko Cárdenas y El Veco.

Poco o nada se sabía tampoco del rival de Ibañez, el campeón japonés Jiro Watanabe. La única foto que habíamos visto de él había sido publicada en Ovación en la que el nipón posaba con el agua hasta la cintura en una piscina y con los puños en guardia, en típica pose de boxeador. Se decía que era zurdo, pegador, que nunca había peleado fuera de Japón y que había propinado un brutal nocaut al ex campeón mundial argentino Gustavo Ballas. Y la mirada agresiva de Watanabe en su única fotografía disponible en el Perú revelaba que tenía preparado un desenlace similar para el encuentro con nuestro compatriota.

Además de eso, muchos pudimos distinguir que el campeón mundial lucía una abundante cabellera rizada, una verdadera novedad para los que habían imaginado a Watanabe como un japonés promedio –entendiendose por eso a cualquier actor de la serie “Ultraman”- . El pelo crespo y las facciones de peleador le daban más bien un sospechoso aspecto de reducidor de Tacora que hacía que nuestras esperanzas de ver a un peruano coronarse campeón mundial fueran más escuetas todavía.

El Canal 5, presente en los hechos que hacen historia, tal y como lo proclamara en cada pausa comercial el viejo Martínez Morosini, prometió transmitir la pelea en vivo y en directo desde la ciudad costera de Tsu, en Japón. El único inconveniente era que por la diferencia de horarios, eso significaba que la transmisión debía iniciarse a las 6 de la mañana hora de Lima. Eso nos suena ahora familiar, después de las jornadas del voley, las Olimpiadas de Seúl y el extenuante mundial de Japón-Corea, pero en ese entonces era algo fuera de lo normal. No estabamos entrenados en semejante despliegue de afanosidad, y madrugar para ver como dos sujetos que nunca antes habíamos visto intercambiaban puñetes parecía algo descabellado. Aún así, levantarse en el horario que después sería reservado para el programa “Amanecer Campesino” no parecía un precio muy alto que pagar a cambio de la posible recompensa: ver a un peruano ganar el título mundial. Así que yo, como sospecho que muchos otros también hicieron, instruí a mi padre para que programara la alarma del reloj a las 5:30 am ese Jueves 24 de febrero de 1983.

Cuando encendí el televisor a las 5:40 am, me di con la ingrata sorpresa que la pelea ya estaba en el tercer round. Unos segundos después, los rezagos de sueño no me impidieron reparar en que todos los asistentes en ringside tenían un sospechoso aspecto caribeño y lucían guayaberas que no se condecían con lo que uno podría esperar de un espectáculo deportivo en Japón. Peor aún, el boxeador que Ibañez tenía al frente no guardaba la más mínima semejanza con la única foto que habíamos visto de Watanabe. Caí entonces en la cuenta que debido a los eternos imponderables de la televisión peruana, las imágenes de la pelea no se estaban transmitiendo en vivo y en su lugar a Panamericana se le había ocurrido la infeliz idea de pasar un video de una pelea pasada de Ibañez con el audio en vivo de la transmisión radial desde Japón.

Minutos mas tarde, se perdió el enlace radial con Tsu. Y ya cuando rayaba el sol sobre los cerros del barrio de Surco, los aburridos comentaristas en el set de televisión informaban que Lucho Ibañez había caido noqueado en el octavo round por el zurdo japonés con pinta de malandrín. La novelera esperanza de ver a un peruano campeón mundial de boxeo había naufragado en el puerto de Tsu, Japón.


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Tuesday, January 08, 2008

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Thursday, January 03, 2008

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